
Escuchar Die Walküre (conocida como “Cabalgata de las Valkirias”) de Richard Wagner es un interesante ejercicio para las emociones. La música tiene un efecto como de catarata, invade de un sentido aciago ya en sus primeras notas, advierte algo que se abalanza, y lo anuncia entre trompetas. A mi entender el desenvolvimiento furioso y trágico de sus notas, magistralmente captado por Francis Ford Coppola en “Apocalypse Now”, nos lleva al sentido primario de las valkirias de la mitología nórdica y germana (a pesar de que Wagner es más cercano a nosotros)de la época de Arminio y Quintilio Varo: Mujeres que cabalgaban sobre lobos y recorrían los campos de batalla determinando quien debía vivir y quien morir, hasta hay una similitud entre esas valquirias primigenias con los cuervos que sobrevolaban los campos de batalla en busca de los muertos. Por tanto la imagen que sucedería a una batalla, con lobos y cuervos hurgando la carroña, sería identificada en la mitología con la búsqueda de los fallecidos para ser llevados ante Odín. Luego, ya en los tiempos de Gohete hasta la actualidad surge un aspecto más romántico a las valkirias, allí se las representa como mujeres vestidas con delicados vestidos, portando yelmos y blandiendo una espada mientras cabalgan sobre un caballo alado. Cada tiempo adapta la mitología a su realidad, y esto se refleja en el arte y sus distintas manifestaciones. Las llamadas “obras maestras” tienden a trascender esto aunque lleven de por sí la impronta de su creador.
El cine nos ha traído por décadas mucho material sobre la segunda guerra mundial. Nuestra generación de ha alimentado de contenidos donde se muestra la crueldad de los alemanes nazis, los italianos fascistas y los japoneses al servicio de su emperador. Esto se ha reproducido en los “comics”, dibujos animados, la ficción literaria, etc. En los últimos 60 años toda una producción cultural “anti-alemana-nazi” ha florecido y no da indicios de agotarse.

Los aliados nunca apoyaron a los conspiradores alemanes que deseaban derrocar a Adolph Hitler. En primer lugar por temor a la enemistad de la URSS, que no hubiera visto con buenos ojos la implementación de un gobierno alemán pro-anglosajón. En segundo lugar era la naturaleza de los conspiradores: Respondían (y pertenecían) a la vieja aristocracia prusiana nacionalista, la misma que desató la primera guerra mundial. Habían apoyado a los nazis en un principio para luego, ante el desastre inminente, desear salir airosos del colapso final. Además una victoria militar total sobre el Tercer Reich era mucho más provechosa que una Alemania que saliera más o menos indemne tras una rendición en plena guerra. Así como luego le pasó al Japón de Hirohito, las bombas nucleares sobre Alemania fue la destrucción de Berlín y el arrasamiento de todo el país. Esa fue la opción que más le convenía a los aliados y la URSS, que luego dibujarían el mapa del mundo ante el aplastamiento de las dos potencias industriales enemigas, Alemania y Japón. Los que los conspiradores buscaban, antes de acabar con la maquinaria del régimen hitleriano, era una opción superadora. Algo que los salvara no sólo a ellos, sino los destinos de una potencia erigida por Bismarck tras siglos de desunión.


No hay críticas al régimen nazi en esta película. Me refiero a lo que vemos en ella aparte de lo que se dicen los actores en el film. Lo que si se ve es una bella descripción de la maquinaria burocrática del Tercer Reich, un gran monstruo prolijo y mecánico capaz de engullirse todo lo que encuentre a su paso. El régimen no aparenta fisuras, sino la perfección en su constitución aún en la derrota inminente. La película se va contrayendo hacia un embudo que llega a parecerse en un momento con la compleja de la burocracia de la película “Brazil” de Terry Gilliam. Este aparato deshumanizado demuestra poder devorarse a sí mismo, la “Operación Valquiria” desatada por los personajes con el anhelo de descabezar al régimen nazi es concebida por los nazis mismos. Y sólo el líder supremo puede detenerlo, la cabeza del Estado (Hitler).

La dirección de fotografía realza magníficamente numerosos detalles: Uniformes de los militares, los edificios públicos, los automóviles. Todo circunscrito en esa áureo de prolijidad y disciplina que siempre Hollywood usó para describir a los regímenes de Europa del este. Es llamativa la escena donde el conde Stauffenberg despide a su familia, en una campiña alemana, todo un cuadro digno de la “belle époque”.

Esta película está lejos de ser una crítica al nazismo, más allá de la opinión de los protagonistas dentro del film.
Si la intención era representar al régimen nazi como las valquirias de la antigüedad: salvajes mujeres similares a cuervos que cabalgaban sobre lobos carroñeros, el propósito no se cumplió.
Más bien, como se muestra al régimen de ultraderecha a lo largo de la cinta, la perfección y solidez que éste exhibe, termina pareciéndose a aquellas mujeres guerreras que vuelan sobre equino mágicos y descansan en su lúcida belleza. Mientras a un costado se encuentran, en reposo, su lanza y un hermoso yelmo alado.
Otto H. A. Pinto Trigo
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