El
“8A” ha pasado con mas penas que glorias, contó con mucha menos participación
pero esto no significa que sus aspectos más negativos estén en plena vigencia.
Lo
que más llama la atención de este movimiento es la tolerancia que se le da al
racismo y la xenofobia imperante de muchos de sus participantes. Solo hay que
leer en Twitter y Facebook expresiones segregacionistas que en otros países
serían propias de la extrema derecha. Mucha alusión a “los negros” y a los de
países limítrofes (sobretodo Bolivia y Paraguay).
Recuerdo
hace años en el programa televisivo “El Aguante”, ese que se ocupaba de darle
voz al duelo de hinchadas de los equipos del fútbol argentino a través de sus
cánticos y demás expresiones, el caso de los simpatizantes de Salta. Por ese
año estaba Gimnasia y Tiro en primera división, y los productores porteños del
programa trataban de recrear una especie de “clásico” del norte entre el equipo
salteño y Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Daba pena escuchar a los salteños, casi
todo lo que tenían que decir sobre los jujeños era que provenían de la hermana
República de Bolivia: “Jujuy es el barrio más grande de Yacuiba”, “Son todos
Bolivianos” etc., etc. Era tristísimo, cero creatividad. Lo cierto es que las
personas que expresaban esto lo hacían a cara descubierta, como si el ejercicio
del racismo y la xenofobia sería una expresión folclórica socialmente
aceptable. Triste también por cuanto los salteños mismos somos fruto de esa
misma discriminación en otras partes del país.
Otro
caso fue un partido entre Gimnasia y Tiro y Argentinos Juniors en Salta. Los
porteños trajeron al delantero hondureño Eduardo “Balín” Bennett, un jugador
afroamericano. Sé de insultos racistas en las canchas (fui a muchas en el
país), pero nunca antes con el énfasis y la bronca con que los oí esa noche. Yo
veía a esos tipos que insultaban furiosos, algunos hasta con ojos dosorbitados
“negro..., negro de m...”. En realidad veían con temor al hondureño, él era el
símbolo de lo que ellos no querían ser (negro y extranjero), el reflejo de la
marginación, el más recóndito temor a ser discriminados por una sociedad
dominada por estándares donde lo blanco es lindo y bueno, y lo “negro” su
contraparte mas vil. Recuerdo que la palabra “negro” en boca de la gente sonaba
como una especie de conjuro, como si en el ejercicio de enrostrarle al
hondureño futbolista el color de su piel la propia gente salteña no estaría
sino exorcizando el peligro de la negrura que se agitaba en sus propias pieles.
Pero ¿Que peligro encerraba solo un jugador de fútbol? Aparte de desflorarnos a
goles (con San Lorenzo nos encajó 3) el pobre Bennett era el peligro que
recordaba a los acomplejados, a aquellos que a lo largo de sus vidas también se
vieron con la malicia de ser designados “negros” de manera despectiva,
discriminados por ser sospechosos de serlo, aquellos que quizás los patovicas
los frenaban en las entradas de los boliches, aquellos que veían que no los
tomaban en las empresas porque les hacía falta la terrible “buena presencia”
(un eufemismo común para practicar racismo). Esa noche el famoso “Balín” Bennet
desnudó los miedos más recónditos de los salteños.
La lógica de los cacerolazos no es diferente. Es una
gran expresión popular donde la gente no solo alza su voz al cielo en reclamos
que pueden ser justos, sino desnuda el temor a lo que no se quiere ser. El
cacerolazo y el cacerolero es una expresión de la clase media, y éste sector de
la población sostiene una serie de valores en los que aspira reflejarse en los
sectores más altos de la sociedad. Quien ingresa en la clase media o nace
dentro de ella cree que es el motor mismo y la esencia de ser del país. El
pobre, el marginal, es el “negro” o el “grasa”. Y aquí hago un aparte, en el
paroxismo de la discriminación se identifica también que a quién no cumple los
estándares estéticos de la delgadez es también un marginal, alguien con
sobrepeso, un “gordo” es un “grasa” que pasa a denominar también a lo bruto y
tosco. Un “grasa” puede ser una persona delgada pero que no cumple con los
estándares estético – culturales de la clase media y alta. Así nacen
estereotipos, violentos por su agresividad, de toda índole y muy difundidos
pero que no resisten el menor análisis objetivo: El “negro grasa” es un vago,
no trabaja sino busca que el estado lo mantenga, el “negro grasa” es de las
villas, viene del interior del país o viene de los países limítrofes del norte
(el porteño cacerolero medio no hace mucha diferencia al respecto), el “negro
grasa” es bruto, vota con la panza y no a los “candidatos” elegantes y
racionales (aunque sea economistas que fundieron al país, elegantes y
racionales al fin).
Todo
esto pudre el movimiento cacerolero desde sus cimientos y llega a aislarlo de
un sector de la población que con justa razón huyen de estos eventos porque
participar en ellos es ser parte de odios irracionales. Los que se dicen
organizadores de estos cacerolazos, sus cabezas mas visibles, no hacen nada
para condenar estas expresiones, simplemente se llaman a silencio como si el
tema del racismo y la xenofobia fuera algo menor. Solo atinan a poner “Sin
agresiones” en sus convocatorias sin referirse directamente al problema, el
asunto es que para los caceroleros el ser un racista y xenófobo no es un
problema en sí, y he aquí lo alarmante del asunto: Para ellos es aceptable y
nunca atinan en corregir a los extremistas.
Entrando
a los foros de medios de diarios como La Nación y Perfil es posible ver
improperios de esta naturaleza, de todo tipo que van desde insultos hasta
amenazas. En las redes sociales no les importa poner su perfil para soltar toda
una catarata de improperios racistas, esto es así porque socialmente no esta
“mal visto” hacer uso de esa clase de expresiones, o sea que dentro de sus
círculos sociales no esta mal visto ser racista, pueden exponerse como pseudo
nazis sin problemas.
Estamos
acostumbrados a escuchar que uno de los problemas de los tiempos modernos es la
“perdida de los valores”, hay políticos que hacen de ésto su caballito de
batalla inclusive. Se ha escuchado mucho sobre la perdida del “valor” del
trabajo, del respeto, de la familia, pero sería interesante señalar a ésos
mismos que hacen de la Ética y Moral su estandarte mas noble, también deberían
sostener que el valor de la tolerancia y el respeto a las diferencias son tan
importantes como todos los demás.
Otto H. Alves Pinto Trigo
@OttoPintoTrigo
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