El
peronismo es una estructura política capaz de ser cuasi
autosuficiente pues tiene la característica de poder
retroalimentarse a sí mismo constantemente. Esto es una enorme
virtud pero a la vez puede ser un defecto que lo llega a debilitar
cuando se abusa de ello. Es decir, la dialéctica necesaria para
mantener fresco al movimiento político, para renovarse de cara a la
sociedad, de reemplazar cuadros políticos y ofrecer nuevas opciones
de renovación de cara al resto de la sociedad, no proviene de un
enfrentamiento más allá del interior mismo del peronismo.
Encontramos aquí una fortaleza del peronismo ya que llega a ser
exitoso allí donde sus competidores desfallecen con el correr de los
años y quedan olvidados sin poder ofrecer alternativas electorales
aceptables. Donde los demás partidos políticos corren a buscar
alianzas que terminan siendo destructivas para sí mismos, el
peronismo conserva una relativa estabilidad al nutrirse de sus bases.
Y esta también es la causa por la que el peronismo puede aparentar
cambios aunque en el fondo sea extremadamente conservador y deje
intacto el statu quo maquillándolo un poco para que parezca nuevo.
Un vez un amigo de izquierda me dijo que el peronismo era “un
cadáver insepulto”. Nada más lejos de la realidad, el peronismo
se transforma, aunque en el fondo siga siendo el mismo y los mismos,
es un mundo con su liturgia propia e ideología diversa y
fagocitadora. Puede metamorfosearse y adaptarse a los cambios porque
esos cambios ya viven internamente en la diversidad de ideas hasta
contradictorias entre sí que hacen al peronismo en su conjunto. Es
por ello que el peronismo puede hacer uso de ellas cuando percibe que
es el momento adecuado, pero en definitiva será la misma estructura
la que tendrá el poder, y los cambios serán superficiales y muy
difícilmente de fondo.
Es
por ello lo extraño que parece a algunos la vigencia del peronismo
como estructura de poder dominante a lo largo de los años. Es que el
peronismo tiene la capacidad de recrear la sociedad misma dentro de
su seno, de hacer estallar los conflictos políticos y devorarse
luego a los triunfadores. Así el peronismo siempre se las arregla
para representar y llegar acaso a todos los arcos ideológicos con un
mensaje similar, para luego absorberlos de tal manera que a toda esa
gigantesca ensalada de pensamientos, a veces contradictorios entre
sí, la llamamos simplemente “peronismo”.
Pero
el peronismo tiene sus límites, pues describirlo todo como cuerpo
perfecto autosuficiente y con capacidad de asimilar los cambios
inmediatamente no lo hace inmune a la derrota. Su límite es
justamente cuando abusa de las virtudes que le permiten llegar,
mantener y expandir su poder. Y el extremo de retraerse es el
encerrarse en los círculos familiares, osea el nepotismo. El
electorado lo sabe, puede tolerar elegir entre una casta de políticos
de igual signo, pero desconfía cuando la sucesión se hace cual
monarquía antigua.
En
los pueblos pequeños este fenómeno de familias arraigadas al poder
puede ejercerse con más tranquilidad. Allí las relaciones sociales
dependen de factores de cercanías y parentescos que se amplían
profundamente en esas pequeñas comunidades. El hijo, el primo, la
esposa del primo, el hermano de la hermana de la abuela del
intendente, en fin el círculo familiar que esta en el poder llega
por sí mismo a ser una parte significativa por sí misma de la
población. Pero en las ciudades esos lazos son microscópicos
aunque se ven extendidos con la “gran familia” de los empleos
municipales que si son significativos aunque no de la misma
naturaleza.
Tradicionalmente
en Salta las familias trataron de prolongar su poder preocurándose de formar a sus miembros de tal manera que tuvieran una legitimidad
tal para así facilitarles el acceso al poder político y la
transición familiar así se viera garantizada. En esto eran
cuidadosos en la imagen y la transmisión de valores que los
herederos trasladaban eficazmente. Pocas veces la imposición
familiar se daba sin una cuidadosa legitimación del sucesor que lo
vuelva aceptable al público, cuando esto sucede las urnas castigan
duramente a pesar de montarse una enorme campaña para lo contrario.
Si no hay legitimidad el público no lo aceptará.
Y
aquí podría surgir también la crítica a quienes exigen que se dé
una renovación generacional en la política ¿De que sirve renovar
si los jóvenes que ocuparán esos espacios de poder no son otra cosa
que la continuación de la ideología y los intereses de sus
progenitores? Un renovación política debe ser una bocanada de aire
fresco, de otra concepción de la sociedad y hasta de sus valores.
Salta en sí nunca a tenido una profunda y real renovación
generacional, y si hubo intentos de ello fracasaron y no de la mejor
forma.
En
mis tiempos de militancia en la Juventud Peronista comprendí
dolorosamente que en
la actualidad es este un espacio del movimiento peronista que no
se ha caracterizado en éstas décadas por su independencia a los
poderes partidarios, donde las facciones que lo componen siempre son
representaciones de otras que están en un nivel mayor. Desde la
última dictadura militar no existe una JP autónoma, que funcione
como una usina de ideas autónoma y como una real alternativa de
poder. Quien pretenda legitimarse desde allí cae en el error de
tratar de trasladar esa lógica peronista al resto de la sociedad que
no la comprende (ni tiene porque comprenderla) y si se la tratase de
imponer la rechazaría. La gente vagamente entiende como son las
cosas con los espacios partidarios, pero no esta dispuesta a
aceptarlos para sí. Entonces ese ensimismamiento en la
autosuficiencia peronista cae en el error de abusar de él queriendo
imponerlo más allá de las fronteras del peronismo: el resultado es
el rechazo.
La
autarquía del peronismo es su fuerza permitiéndole regenerarse al
nutrirse de su variedad interna, el proceso dialéctico aquí se
daría en un nivel interno donde sus líderes disputarían los
espacios de poder. Pero todo esto se ve arruinado cuando un reducido
grupo de personas, como ser una clan familiar, quiere forzar la
imposición de sus intereses al resto de la sociedad, obviando la
sana confrontación que le permitiría más o menos ofrecer las
mejores opciones electorales. Obviar este proceso puede ser la ruina
temprana para quien lo lleve a cabo.
Otto
H. Alves Pinto Trigo
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